El Triunfo de la Muerte, P. Bruegel
Llueve, qué confort entre las mantas. La mente quiere descansar y no lo logra. El relax embarga la impotencia resignada y el corazón lame sus heridas. Desgajo la fuerza de mi conocimiento inutilizado. Aborrezco la sinrazón del capricho manchado de sangre. Los medios ocultos, tantos medios para nada, escondidos e inaccesibles. Y mientras, el riesgo de los héroes que se acercan a la sentencia de sus jueces y verdugos. Héroes sin medalla y mancillados mientras comienzan a morir. Cuánto amor de patria rota y abandonada, esquilmada y maltratada. La infidelidad no duele tanto como la traición profunda. Y mis manos, vacías, torpes e inútiles, se derraman en lágrimas. Porque, sí, yo sí amo Hesperia. Sin juramentos hipócritas, sin biblias ni banderas. Es la sangre que recorre su tierra, mi sangre y la de cuantos la vierten generosamente en ella sin haber disparado un arma, sean de donde sean, el alimento de mi pasión. Llueve. Siento el recorrido del líquido en mi interior como un fluir incesante e incontenible. Cada gota llora de mi parte empapando la Ciudad Del Agua, acariciando cada rincón de mi bella y despreciada urbe, la que todo lo acoge, la abierta, la insomne, la sublime...limpiando la angustia y bañando de dulzura cada rostro dañado. No lo entiendo. No entiendo por qué sigo buscando solución desde mi desesperanza. Estoy segura, estamos inermes. Y solos. Lo único que tenemos, al fin, y es poderoso, es nuestra forma de actuar. Entonces, entremos en acción. Aunque hoy, sólo hoy, me enrede en mis mantas y no me levante hasta la tarde.
La Gioconda Está Triste.