mujer brillante y dulce que callas sumisa.
Me avergüenza la humillación gratuíta
de otra mujer que no te alcanza de puntillas.
Me aturde la rabia, ardo impotente
y contengo la ira a presión que me invade.
Es mi sangre quien sale en tu defensa,
buscando reparar tu dignidad rota.
No me iré de aquí mientras dure el asedio,
quiero protegerte, pero ¿cómo hacerlo?
Dejo de buscar mi cable en tu tienda
para mantenerme cercana y alerta.
Si sólo soy capaz de hacer esto,
te defiendo con mi firme presencia.
Ya se ha ido, al fin, liberación,
las palabras se agolpan, se sublevan,
pero la desazón ante el maltrato
persiste como brasa incandescente.
No estaba preparada, perdóname,
necesito buscar una estrategia
porque no soportaré la próxima...
La Gioconda Está Triste
